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AGRESTE-
“El arte de nuestra época debe representar, o criticar, mejor dicho,
nuestros propios actos para que su fin sea provechoso.”
Francisco Oller
“Lo que ves es lo que ves.”
Frank Stella
Acababan de disiparse los poderosos vientos del huracán María cuando Cecilio Colón Guzmán entró a su taller temiendo lo peor. Sin embargo, al recorrer con su vista la pared principal del recinto comprobó con alivio que las 15 obras que había preparado para la exposición Agreste-
Fue entonces que al mirar por la ventana la arboleda arrasada por el ciclón, su ojo de pintor reconoció una escena muy similar al paisaje fragmentado de sus pinturas. Para su sorpresa, allí estaban, encuadradas por el marco de madera, las mismas ramas secas y las vigorosas texturas de sus obras en un paraje que, aunque desolado por la muerte, exhibía una oscura y extraña belleza.
Esta experiencia epifánica, narrada con pasión por Colón Guzmán, le reveló el carácter premonitorio de sus obras. Durante los tres años previos al paso de la tormenta, el pintor se entregó a un proceso de creación eminentemente intuitivo que lo llevó a ensamblar objetos dispares con bastidores pintados para lograr una obra de gran impacto visual y de una belleza tan extraña como la que nos dejó el huracán.
Solo un maestro de la composición y del color, como lo es Cecilio Colón, puede acometer con éxito la difícil tarea de integrar la gran variedad de elementos que coexisten en estos hermosos ensamblajes. Su constructivismo geométrico de acabado impecable, es de raíz clásica pues utiliza el ángulo recto y la simetría para otorgarle estabilidad a sus composiciones. No obstante, ese orden racional es subvertido con la introducción de manchas de color, texturas orgánicas en movimiento, clavos, objetos, maderas, plásticos y ramas; así el artista crea las tensiones formales necesarias para lograr el drama visual de sus ensamblajes. El resultado final es de una hibridez enigmática y preciosista.
Esa oposición binaria entre lo geométrico y lo orgánico es la metáfora que da sustento, no solo al aspecto formal de las obras, sino también al conceptual. La dicotomía está anunciada desde el principio por el título Agreste-
Cecilio Colón ha dicho que el paisaje que rodea su casa y taller ha inspirado muchos de sus cuadros. El artista vive en un área rural del pueblo de Gurabo amenazada por el desparramamiento urbano que se replica por todo Puerto Rico. Su conciencia ecológica y sus valores éticos lo han inducido a utilizar su obra para denunciar la catástrofe ambiental que se nos viene encima ante la indiferencia de la mayoría. Este compromiso lo aparta de la tradición del formalismo puro del arte abstracto que aprendió de sus maestros en la Universidad y lo conecta con la agenda social que inició en la isla Francisco Oller y continuaron los pintores de la generación del 50. Desde este punto de vista, podemos decir que Cecilio Colón practica una abstracción del siglo 21 que sabe despojarse de purismos limitantes y se atreve a integrar aquellos elementos que le puedan servir para expresarse con libertad.
A pesar de todo su empeño, Cecilio Colón Guzmán admite que sus ideas ambientales y sociales no siempre pueden leerse con claridad en sus obras y por eso celebra la ambigüedad y la polisemia de sus ensamblajes que se prestan para múltiples interpretaciones. El espectador tiene la última palabra, y decidirá si se aventura a entrar en los temas sociales que propone el autor o si por el contrario, disfrutará las obras aceptándolas como objetos estéticos puros en donde la materia, la textura y la composición son, en sí mismas, el tema central de la muestra.
Rafael Trelles
2020
San Juan, Puerto Rico
Agreste-
Son obras que respiran cierta armonía, orden y limpieza; obras de capcioso colorido y de yuxtaposiciones a veces antagónicas; obras que podrían observarse, entre tantas acepciones posibles, como una oda a la estructuración en la que se manifiestan los controles y balances de la Naturaleza, la sabia fuente en la que nuestra especie puede escudriñar respuestas a sus búsquedas materiales y espirituales; mientras, por otro lado, podrían aludir al desbalance provocado por la misma especie humana; desbalance maquillado con estrategias mediáticas, que terminan siendo artimañas que atrapan y manipulan, cual atractivos mecanismos de captura de plantas insectívoras.
En esta serie de obras integro múltiples lienzos meticulosamente pintados, y me aventuro a trabajar lo tridimensional, en piezas con cierto aire de escenario teatral que me permiten dialogar sobre el drama de la existencia y compartir aspectos formales de la creación artística.
A partir del 20 de septiembre de 2017 el huracán MARÍA provoca mirar las obras y el título de esta serie –
Nuestra casa y talleres, en las montañas de Gurabo, resistieron bien el ciclón, excepto por el viento y el agua que entraron por todas partes como si una manguera de alta presión se impusiera. El bosque aledaño y los árboles de la finca quedaron destrozados, como si hubiera estallado una bomba. Muchas casas de vecinos fueron gravemente afectadas, así como el sistema de energía eléctrica, las carreteras, el suministro de agua potable y la disponibilidad de alimentos y demás productos. Lo mismo ocurrió en todo Puerto Rico, en el agreste y en el urbano.
Pasado el huracán, entré a mi taller; y allí estaban las obras, como diciéndome: «Obsérvanos bien, pues podríamos ser registro y metáfora de lo que quedó allá afuera: árboles desnudos y partidos, metales, elementos punzantes y amenazantes; espacios vacíos que antes estuvieron habitados; flora, fauna y agricultura heridos… Pero no olvides la pertinencia cíclica de los huracanes en la vida de los ecosistemas. ¿Será por esto último que nuestros colores no son tétricos y hasta respiramos cierta armonía, orden y limpieza? ¿Será que nuestra apariencia es también metáfora del otro desastre; del desastre provocado por la realidad político-
Al pasar de los días y las semanas, entre la nueva lucha diaria y la oscuridad terrenal de noches con cielos bellamente iluminados por estrellas, la capacidad metafórica del Arte se develaba, y allí estábamos; como péndulos en un Puerto Rico distinto a la Isla del Encanto ilusoria que nos vendieron; entre los secretos de la corrupción rampante y la encerrona de un sistema político-
Y aquí estamos; habitantes de un Caribe huracanado, en el que la Naturaleza continuará sus ciclos milenarios.
Cecilio Colón Guzmán
2020
Gurabo, Puerto Rico
MAGIA EN LA MUESTRA AGRESTE URBANO
Del pintor Cecilio Colón
Jorge Rodríguez, EL VOCERO
Con su usual veracidad plástica, el pintor Cecilio Colón expresa que sus obras respiran una cierta armonía, orden y limpieza, que manifiestan los controles y balances de la naturaleza. El artista acaba de exhibir en el Centro Cultural El Bastión la muestra Agreste-Urbano, y también su obra se encuentra en ceciarte.com.
“Podrían aludir, además, al desbalance provocado por la misma especie humana. Me aventuro a trabajar lo tridimensional, en piezas con cierto aire de escenario teatral, que me permiten dialogar sobre el drama de la existencia y compartir aspectos formales de la creación artística. También hablan del desastre provocado por la realidad político-social que nos abruma y de los habitantes de la geografía de una isla violada”, expresó Colón.
Es entonces que a partir de ahí, su caos original va tomando una forma más definida, va evolucionando hasta un punto indeterminado, que viene dado a estar listo cuando quiera. Y agrega que busca un juego de sombras donde utiliza el reflejo de la tridimensionalidad que parecen dibujos de grafiti, pero que son visiones de objetos que pueden ir cambiando del movimiento de la luz, metamorfoseando cierto dinamismo que se desprende de la obra.
A esto añade el maestro Rafael Trelles que “solo un maestro de la composición y del color, como lo es Cecilio Colón, puede acometer con éxito la difícil tarea de integrar la gran variedad de elementos que coexisten en estos hermosos ensamblajes. Su constructivismo geométrico de acabado impecable es de raíz clásica. Pues utiliza el ángulo recto y la simetría para otorgarle estabilidad a sus composiciones. No obstante, ese orden racional es subvertido con la introducción de manchas de color, texturas orgánicas en movimiento, clavos, objetos, maderas, plásticos y ramas. Así el artista crea las tensiones formales necesarias para lograr el drama visual de sus ensamblajes. El resultado final es de una hibridez enigmática y preciosista”.
Tal impresión fue pegajosa entre sus cuadros en El Bastión, donde utilizaba desde el ‘ready-made’, los balances de las luces de la sala, un archi colorido fluctuando entre la abstracción y los personajes de matas insectívoras, y todo un diálogo tras bastidores artesanal, que emanaba de esta misteriosa propuesta detallista, con una carga social y formal en el arte. Pasado todo bajo la experiencia del cedazo del huracán María, que su obra resistió, y la pandemia del encierro que le ha dejado intacto.
“Eventualmente el artista se convierte en el espectador, tras muchas de estas cosas adquirir simbolismos, mensajes, analogías. Ahí es donde entra esta relación de que miraba esas obras pensando que todo lo que brilla no es oro y que hay que ir más allá de las cosas. Por eso cuando agarro el bastidor, este sale al encuentro del espectador, con planteamientos ambientales, unas imágenes que van surgiendo con nada planificado en relación con las cosas que ocurren en el planeta, nuestro país, y desde ahí salen las artimañas para conversar y los juegos”, apuntó.
Colón terminó diciendo que Agreste-Urbano presenta su trabajo reciente en obras que confieren papel protagónico a materiales vinculados al proceso de crear de “este artista-ser-humano”.
“Y aquí estamos: habitantes de un Caribe huracanado, en el que la naturaleza continuará sus ciclos milenarios. Una que se desenvuelve entre lo rural y lo urbano, entre un paisaje natural, el agreste, y un paisaje creado-manipulado, la finca, el jardín, el urbano”, concluyó.
LAS CRUCES DE CECILIO COLÓN SE CLAVAN EN LA MEMORIA
Pronunciamiento de la poetiza ELSA TIÓ como introducción al ENCUENTRO DE PINTURA Y POESÍA en la exposición ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA. Museo de Arte de Bayamón, Puerto Rico. 28 de junio de 2014.
Las cruces de Cecilio Colón Guzmán se clavan en la memoria, nos humanizan y fortifican ante un mundo cada día más indiferente, más apático, más lejano de su propio corazón, más necesitado de semillas.
Estas cruces de la memoria son para que no olvidemos el calvario que sufre la naturaleza. Son cruces que redimen y alertan sobre los graves peligros, pero simultáneamente, en sus formas y colores traen un mensaje de esperanza, que dan aliento de vida.
Por ello este conjunto unitario de sus pinturas nos resucitan el gozo, la fuerza, la pasión, la lucha, desde sus “Diez cielos”, desde sus “Surco de nubes”, y el “Verde querer”, y la “Noche grávida”, o “Una gota culminante”, son hazañas de la belleza que nos deslumbra y nos llevan a entender la significación de nuestros actos; son pinturas que nos piensan con fe. Por eso también nos azotan de dolor, para que cobremos conciencia de lo que ocurre. Su pincel es como un pájaro que intuye la tormenta, y alerta, o embiste como el Josco de Abelardo.
Cecilio nos presenta una naturaleza crucificada, pero lista para resucitar capaz de redimir a los pueblos. Si las palabras poetas son semillas del asombro e imaginación, las pinturas de Cecilio son otro poema milagroso en sus formas y colores, al presentarnos este vía crucis que nos concientiza; es un estallido de solemnidad, fiesta, ritual y amor que vaticina la buena lucha. La naturaleza es su altar y su calvario, hay que protegerla, aterrarla, levantarla. Su profecía es clara: la tierra nos resucita a todos, en el milagro de la vida; sin ella, agonizamos.
Pero estamos rodeados de peligros, profetiza el presente. La desolación del hombre ante una tierra agredida, es motivo para que Cecilio nos alerte y nos deje perplejos desde la belleza de su obra mensajera. Y sus angustias no son individuales, sino colectivas. Él capta la agonía y la esperanza de un mundo frente a los Monsanto destructores.
Estamos aquí, porque un artista nos pensó la patria y encontró en su lienzo el esplendor de la creación que encierra vida. Su pincel es un semillero que nos libera, recorre con imaginación formas y colores en un mundo real que nos agobia y nos conmueve. Sus pinceladas son como nubes de lluvia que se deslizan por los cielos anunciando vida. Y esas nubes de lluvia, de las que hacen nacer a las semillas, viven en los jóvenes agricultores; en su hijo agricultor y en los amigos de sus hijos, que saben que la tierra es la gran salvadora. Y es esa generación la que nos infunde un sentido de vida, porque vuelve a la tierra, a la raíz, al alimento. Porque él sabe que una tierra que no se siembra, es como un hijo que no se besa.
Parecen estas cruces producto de un sueño, porque nacen de la esperanza; no son cruces que castigan, sino que redimen, que aman esta tierra. Cruces que son como alas fecundas que vuelan como peces y se siembran en las estrellas.
Este vía crucis es un paso indispensable para la lucha, son cruces que no pesan, nos seducen, nos invitan a cargar el peso de esa cruz grávida, que sabe cargar las penas de los pueblos. Irónicamente el peso mayor consiste en no llevarla sobre nuestros corazones, que es la forma de cargarla. Es un canto a la vida.
Elsa Tió
2014
ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA es una exposición maravillosa, sobrecogedora por su color, por su formato, por el montaje, por la iconografía que manifiesta; pero sobretodo, por algo que es intangible, inefable… es ese factor X, secreto, del cual somos partícipes tanto los creadores como los espectadores, que es, LO MARAVILLOSO.
Antonio Martorell
2014
ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA
Citando a Wassily Kandinsky:
“Una obra de arte consiste de dos elementos: el interior y el exterior. El interior es la emoción en el alma del artista. Esta emoción debe tener la capacidad de evocar una emoción similar en el espectador”.
LHC: Realmente estamos hablando de esta exposición (la de Cecilio), igualmente.
LHC: ¿En qué consiste esta pintura que estamos viendo?
En la ENERGÍA. Eso es lo que estamos viendo.
Luis Hernández Cruz
2014
ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA
En cada una de estas obras encuentro ese Cecilio obsesivo en el detalle, en el cuidado, en la técnica, en el trabajo, en ese cariño por la superficie, en ese empañetar el cuadro, en toda esa cosa plástica que se ve desde la primera obra, donde existe el cuadro en el centro y las cosas que lo rodean, que dan la forma de cruz.
Lo que he visto, y por supuesto que hay una cruz, pero lo que he visto es un cuadro que está aquí… y aquí hay otras cosas alrededor. Pero ese cuadro se ha elevado, se elevó el centro y fue caminando, y se encontró con atardeceres, y se encontró con ríos, y se encontró con nubes, y se encontró con luciérnagas, y se encontró con muchas cosas. Y ese cuadro fue flotando, flotando… como si fuera elevándose sobre todas las demás cosas.
En todo, en esta exposición, lo que he visto es una mariposa volando, es el cuadro con alas que va volando y que va pasando por diferentes lugares.
Carmelo Fontánez Cortijo
2014
Inquietud del ser por conocer el pasado y el futuro
Por: Abdías Méndez Robles
Mayo 15, 2014
visiondoble.net
Pienso que una obra de arte
debería dejar perplejo al espectador,
hacerle meditar sobre el sentido de la vida.
Antoni Tàpies (1923-
Las palabras del artista catalán Antoni Tàpies se ven reveladas en el contenido de la exposición Arqueología profética, del artista Cecilio Colón Guzmán. El título ya indica una dirección para el hallazgo que el espectador obtendrá en la exposición, al considerar que la arqueología es la ciencia que estudia todo lo que se refiere a las artes, monumentos y objetos de la antigüedad, el estudio del pasado de la humanidad, del dónde venimos, de escudriñar las huellas o la memoria histórica, pretendiendo conocer lo que fuimos. De ese pasado, el artista nos proyecta a los misterios del futuro, a lo profético, a ese don sobrenatural para conocer las cosas distantes y venideras. El artista detona la inquietud del ser por conocer ese incierto e inquietante futuro. Colón trata, desde este presente, de entender el sentido de la vida al conocer de dónde venimos y a dónde vamos. El artista, por lo tanto, incita al espectador a preguntarse: ¿quién soy? Cecilio levanta su discurso usando en la composición formas alusivas a la simbología de la cruz. Infiere cruces y, en el centro, un texto pictórico, con el que plasma su inquietud cuando expresa: “…tratar de comprender y reforzar las luchas y aportaciones positivas que muchos realizan con sus vidas, la mayoría de las veces por vías de sacrificios y privaciones personales y colectivas”.
Manipulando el color, el artista va creando ambientes que pueden impactar los sentidos y el ánimo, y logra captar la atención del espectador al estimular imágenes mentales, ya sea en la memoria colectiva como en la individual. Sutil y preciso, Colón penetra en el interior del razonamiento, con una iconografía cargada de emociones y pasiones, produciendo diferentes reacciones y sensaciones. Entra a descubrir, a hacer hallazgos arqueológicos en el espacio y en el tiempo de la memoria. Provoca una nueva conversación, ya sea de rechazo, indiferencia o de profunda inquietud de un mea culpa. Pero el texto pictórico lo deja abierto, esperando el resultado del futuro, dejando que cada observador sea su propio profeta.
La obra Arqueología profética fusiona el pasado, el presente y el futuro, al unir diferentes elementos. El artista usa como medio la pintura en acrílico, el papel, la madera y el plexy glass, dejándole al futuro este legado, una muestra arqueológica de los materiales del pasado y del presente en una misma composición plástica.
Interesante dicotomía presenta en la obra Demente claro. Sólo es suficiente un análisis superficial de los hechos terribles de la humanidad para diagnosticar su demencia, con igual participación de religiosos, ateos, escépticos y políticos. En una dirección opuesta, las experiencias de mentes claras en su espíritu, en su acción, en su entrega. Colón enfrenta dicotomías como luz y sombra, blanco y negro, materia y espíritu, el yin y el yang, arriba y abajo, que son sólo una muestra de la misma existencia.
Ser agua es una obra que demuestra un dominio del manejo del color, conjugando los colores fríos y los cálidos. Agua y tierra se ven emerger, como en la creación. El azul, como base, infiere el agua y ésta sostiene la composición, y la rodea a la izquierda y a la derecha, protegiendo el surgimiento de la tierra, de la vida. Es la creación misma en el centro de la obra y, en la parte superior, una abstracción de un todo infiriendo un cielo. Tres lienzos de azul, el agua, y uno en el centro, la tierra, aluden a la composición natural de nuestro planeta.
La exhibición Arqueología profética, resultado de diez años de carrera artística de Cecilio Colón Guzmán, se presenta en el Museo de Arte de Bayamón hasta septiembre de 2014. Para más información, pueden acceder a la página web del Museo.
Abdías Méndez Robles
2014
ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA
Por: Ángel Darío Carrero
Escritor
El Nuevo Día, Columnas, 12 abril 2014
El artista puertorriqueño Cecilio Colón Guzmán sorprende, luego de diez años de silencio, con una inquietante exposición en el Museo de Arte de Bayamón. Que coincida con la Cuaresma no puede ser más afortunado, pues lejos de una presentación tristemente repetitiva de la tradición, el artista asume la vocación actualizadora tanto del arte como de la fe.
Colón, discípulo de Carmelo Fontánez, Lope Max Díaz, Susana Herrero y Luis Hernández Cruz, se acercará a la cruz como motivo fundamentalmente secular, pues no pretende, como dicta la tradición, escalar las estaciones que ejemplifican la humanidad del Cristo, sino ir más allá: dar expresión gestual, delicadamente libre y desenfadada, a los múltiples crucificados que pueblan la historia, subrayando el destino trágico que hemos brindado a la naturaleza.
Podría llamarse una exhibición religiosa en este sentido que muestra a los seres humanos y al cosmos re-
Pero no hay que arribar a falsas conclusiones. Estamos ante un artista absolutamente comprometido, en la cada vez más rara coherencia, que funde, en un mismo movimiento, palabra y acción solidaria. No somos, pues, testigos de una cruzada existencialista contra los códigos de la esperanza, sino de una pedagogía profética que asume críticamente lo que es condición de la misma: aceptar la realidad, cargar la cruz, la torcedura subyacente a tantas realidades disimuladas en los eufemismos neoliberales de la actualidad; como si se quisiera, así, enmarcar la verticalidad y horizontalidad de nuevos destinos a la altura y dignidad de lo humano.
Ya intuimos en qué sentido esta exhibición es arqueológica. No porque recoja los restos del tiempo muerto, sino porque desenmascara una realidad radicalmente honda que todavía puja por vivir. El artista barranquiteño rechaza visceralmente la resignación ante el declarado fin de la historia. Opta, obtusamente, por un nuevo despertar de nuestra connatural responsabilidad ético-
Del mismo modo, la muestra es paradójicamente profética, pues no se sitúa de cara a una larga promesa de futuro: postula tan solo un presente en el que se yergue una pequeña antorcha de luz en nuestras manos temporales. En su provocador Gólgota de cruces inconmensurables, el artista parece decirnos que no hay espacio en el escenario del cataclismo generalizado ni para la espera pasiva ni para la indiferencia inconsciente, mucho menos para la imbecilidad: la gota culminante lleva tiempo culminada.
El pintor se auto-
Los Cristos de aire surrealista que Colón había pintado en 2005, llamativamente, han desaparecido del paisaje multicolor. Quedan solos y al descubierto los polípticos cruciformes como huellas abstractas en las que la Humanidad y el cosmos se hermanan en un inédito caos de explosión poética. Lejos de clausurar el horizonte, estas huellas prefiguran universos inexplorados que laten a la espera de la mirada develadora de cada espectador en su hazaña intransferible.
Los títulos de las obras (Surco de nubes, Noche grávida, Doble juego, doble hazaña, Estrategia del milagro, Verde querer, Una gota culminante, Demente claro…) brindan gran belleza a la exhibición por la unidad interna que los imbrica y por su carácter quintaesenciado, apenas susurrante, tan lejos del tono coloquial o explícitamente socio-
Las catorce obras formadas por múltiples “canvas” ensamblados en forma de cruz, remiten a las exploraciones al mismo símbolo de parte de Joseph Beuys, Antoni Tàpies, Eduardo Chillida o de un Barnett Neumann en sus famosas Estaciones de la cruz: Lema Sabachthani.
De modo simbólico, nos hacen pensar, igualmente, en las catorce obras monocromáticas de la capilla no confesional de Mark Rothko en Houston. En Puerto Rico lo que más se adelanta a esta tesitura artística es la magnífica Galería de las tierras de Jaime Suárez.
Decantados por las aventuras inclasificables de la abstracción, lejos de toda filiación institucional explícita, todos estos artistas afirman la pertinencia de sus obras en el desarrollo de una estética contemplativa contemporánea que, lejos del intimismo escapista o de la prédica social embrutecedora, necesita enfrentarse de tú a tú con el escándalo histórico de la cruz, tanto personal como colectiva, como fuente de humanización y trascendencia.
El artista, el agricultor y el cantor se han unido en esta exhibición para abrir el surco histórico como camino develador de la solapada degradación de la humanidad y de la naturaleza. Pero el artista viene de vuelta de los avatares epocales: no cae en la trampa del discurso programado del desencanto. Sorprende a cada espectador dejándole insinuado –
Cecilio Colón Guzmán: Profético arqueólogo
«En eso se basa la grandeza, pienso yo, cuando un hombre trabaja cosas grandes y no se percata de ello porque está demasiado ocupado haciéndolas».
José M. Llompart
Refresco de Tamarindo, 2014
http://refrescoetamarindo.blogspot.com/2014/04/profetico-arqueologo-cecilio-colon.html.
LA ARQUEOLOGÍA PROFÉTICA DE CECILIO COLÓN GUZMÁN
Por: Ángel Darío Carrero*
¡Aquí! ¡Qué luz tan extraña!
Quien hace luz es un dios.
Juan Antonio Corretjer
“Arqueología profética”, del artista puertorriqueño Cecilio Colón Guzmán, adquiere el título de un poema inédito del escritor Ángel Darío Carrero, que también abre paso a la exhibición que nos convoca en el Museo de Arte de Bayamón.
todo
lo creado
por el ser humano
a poco
que se pose
en la vitrina
de la noche
y
se derrame
la mínima luz
del foco del tiempo
se revelará crucificado
también
este
poema
y
todo
lo que el ser humano
no ha creado
_________
El poema forma parte del libro en proceso, En espera del resto.
_________
Colón, discípulo de Carmelo Fontánez, Lope Max Díaz, Susana Herrero, Luis Hernández Cruz y Luisa Géigel, se acerca a la cruz como motivo fundamentalmente secular, pues no pretende, como dicta la tradición, escalar las estaciones que ejemplifican la humanidad del Cristo, sino dar expresión gestual, delicadamente libre y desenfadada, a los múltiples crucificados que pueblan la historia, subrayando el destino trágico que hemos brindado a la naturaleza.
Podría llamarse una exhibición religiosa en este sentido marcadamente inmanente, que muestra a los seres humanos y al cosmos re-
Pero no hay que arribar a falsas conclusiones. Estamos ante un artista absolutamente “engagé”, en la cada vez más rara coherencia, que funde, en un mismo movimiento, palabra y acción solidaria. Lo escuchamos desbordado en forma de canción rimada, siempre a la búsqueda de un otro sensible: “Mi canción sagrada/no se desvanece;/siempre crece y crece /reclamando altura, /buscando la anchura/del que se estremece”.
No somos, pues, testigos de una cruzada existencialista contra los códigos de la esperanza, sino de una pedagogía profética que asume críticamente –con esa madurez que brindan años de meditación a contracorriente en la faena del arte y de la vida– lo que es condición sine qua non de la misma: aceptar la realidad, cargar la cruz, la torcedura subyacente a tantas realidades disimuladas en los eufemismos neoliberales de la actualidad; como si se quisiera, así, enmarcar la verticalidad y horizontalidad de nuevos destinos a la altura y dignidad de lo humano. El artista nos dibuja con sencillez estos afanes interiores: “Mi canción conjura/lo que lleva adentro,/zumbando en el templo/de los que respiran/ráfagas candentes/de sueños de vida”.
Ya intuimos en qué sentido esta exhibición es arqueológica. No porque recoja los restos del tiempo muerto, sino porque desenmascara una realidad radicalmente honda que todavía puja por vivir, más allá de los límites divisados por todos. El artista barranquiteño rechaza visceralmente la resignación ante el declarado (¿interesado?) fin de la historia y de la naturaleza. Opta, obtusamente, por un nuevo despertar de nuestra connatural responsabilidad ético-
Del mismo modo, la muestra es paradójicamente profética, pues no se sitúa de cara a una larga promesa de futuro: postula tan solo un presente en el que se yergue una pequeña antorcha de luz en nuestras manos temporales. Colón, en su provocador Gólgota de cruces inconmensurables, parece decirnos que no hay espacio en el escenario del cataclismo generalizado ni para la espera pasiva ni para la indiferencia inconsciente, mucho menos para la imbecilidad: la gota culminante lleva tiempo culminada.
En la línea de los expresionistas abstractos de la Escuela de Nueva York (Barnett Newman, Jackson Pollock, Clyfford Still, Mark Rothko) el pintor se auto-
Los Cristos de aire surrealista que Colón había pintado en 2005, llamativamente, han desaparecido del paisaje multicolor. Quedan solos y al descubierto los polípticos cruciformes como huellas abstractas en las que la humanidad y el cosmos se hermanan en un inédito caos de explosión poética. Lejos de clausurar el horizonte, estas huellas prefiguran universos inexplorados que laten a la espera, no de otro manido metarrelato, sino de la mirada develadora de cada espectador en su hazaña intransferible.
Los atinados títulos de las obras (Plano etéreo, Surco de nubes, Noche grávida, Doble juego, doble hazaña, Estrategia del milagro, Verde querer, Tercer descendiente, Una gota culminante, Demente claro…) brindan gran belleza y coherencia a la exhibición por la unidad interna que los imbrica y por su carácter quintaesenciado, apenas susurrante, tan lejos del tono costumbrista, coloquial o explícitamente socio-
No hay que olvidar que Colón ha necesitado de una extrema concentración durante una década en su taller de Gurabo, situado en las inmediaciones de una finca labrada por él mismo, por su esposa y por sus hijos. Allí ha fraguado canciones con sabor a tierra y sueño y este conjunto de obras de largo aliento, al margen del ruido, de la prisa y del no menos cacareante mercado del arte. Allí se ha mantenido a la espera de una Hora propicia, no regida por el cronos monótono y predecible, sino por el kairós de un sentido esencial que le ha salido, finalmente, al encuentro.
Novedosa y arriesgada, formal y temáticamente, la presente propuesta visual mantiene intacta “la calidad técnica expresada en la terminación de las superficies” que ya había destacado Elizam Escobar (2001). Es evidente que hay un envolvimiento pleno, físico y emocional, desde los más ínfimos detalles: el artista mismo viste de tela los bastidores de madera; cubre de yeso cada poro de la misma para alcanzar una textura pretendidamente lisa; selecciona un color base que sirve tanto para uniformar como para dar la bienvenida “al azar en el accidente controlado” (que es como define su método instintivo de creación); finalmente, luego de un proceso errático e intenso, cuidadoso y detallista en el que intervienen la espátula, la brocha, el pincel y el rociador de agua, aplica cuidadosamente barniz, no solo para fijar, sino con la deliberada intención de uniformizar los brillos de los pigmentos. Tan solo este acercamiento, del todo somero, permite distinguir a Cecilio entre tantos artistas de la improvisación, pues él sí sabe que esta modalidad necesita del rigor ascético, de la disciplina, como condición de posibilidad. Es el viejo adagio teológico visto en acto: la gracia supone la naturaleza, también la gracia poética.
Esta exhibición da noticia de un artista reconciliado con la estructura de su propio método desestructurador: “Cada pieza es una aventura, un reto y una experiencia de experimentación, búsqueda y aprendizaje en el medio, el oficio y el concepto. Con los años uno va aprendiendo a conversar con la pintura, con el soporte, con las brochas y las espátulas; y aprende a reconocer signos y estructuras de un lenguaje personal y colectivo que facilita el entendimiento y la expresión. Esos signos y estructuras los voy observando, a veces por horas y hasta por días, y voy descifrando formas, siluetas y espacios que quedarán cual se formaron en el gesto original, o serán pronunciados, tapados, alterados o transformados durante un seguimiento de muchas horas de trabajo, posiblemente de múltiples capas de pintura, veladuras y transparencias. Entonces el caos original va tomando forma más definida, va evolucionando hasta un punto indeterminado, que viene dado a estar listo cuando quiera”.
Colón, como era de esperar, no está solo en su osadía. Las catorce obras formadas por múltiples canvas ensamblados en forma de cruz, remiten a las exploraciones al mismo símbolo de parte de un Joseph Beuys (Kreuz, Tate, National Galleries of Scottland), Antoni Tàpies (Cruz y tierra, Colección del artista), Eduardo Chillida, (Altar de la Cruz, Iglesia San Pedro en Colonia) o Barnett Neumann (The Stations of the Cross: Lema Sabachthani, National Gallery of Art, Washington). De modo simbólico, nos remite también, aunque en tamaño modesto y total colorido, a las catorce obras monocromáticas de gran formato de la Capilla no confesional de Mark Rothko en Houston, Texas. En Puerto Rico lo que más se adelanta a esta tesitura artística es la magnífica Galería de las tierras (Kennedy Center, Washington) de Jaime Suárez. Decantados por las aventuras inclasificables de la abstracción, lejos de toda filiación institucional explícita, estos artistas afirman la pertinencia de sus obras en el desarrollo de una estética contemplativa contemporánea que, lejos del intimismo escapista o de la prédica embrutecedora, necesita enfrentarse de tú a tú con el espesor de la noche o con el escándalo histórico de la cruz, tanto personal como colectiva, como fuente de humanización y trascendencia.
En lo que seguramente es la exhibición más trascendental de la trayectoria de Cecilio Colón Guzmán, el artista, el agricultor y el cantor se han unido para abrir pacientemente el surco histórico como camino develador de la solapada degradación de la humanidad y del cosmos. Pero el artista viene de vuelta de los avatares epocales: no cae en la trampa del discurso programado del desencanto. Desde un sano realismo, sorprende a cada espectador dejándole insinuado –
BIBLIOGRAFÍA SUCINTA
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Chillida, E., Escritos, Ed. La Fábrica, Madrid 2005.
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Vega, A., Zen, mística y abstracción: ensayo sobre el nihilismo religioso, Ed. Trotta, Madrid 2001.
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*Ángel Darío Carrero estudió teología sistemática, filosofía contemporánea y lenguas modernas en México, España y Alemania. Profesor universitario, periodista, guionista, crítico de arte, líder comunitario y uno de los más destacados escritores de la generación del 80 del Caribe contemporáneo. Ha publicado en la prestigiosa editorial española Trotta los libros Llama del agua (2001), Perseguido por la luz (2008) e Inquietud de la huella. Las monedas místicas de Angelus Silesius (2013). Es autor de la edición crítica del clásico puertorriqueño Canto de la locura de Francisco Matos Paoli (2005). Fue antólogo, junto a Mayra Santos-
Careos / Relevos: 25 años del MAC
Lilliana Ramos-
Artista prolífico que sobresale por sus pinturas y sus construcciones, Cecilio Colón Guzmán, en su Homo sapiens (1995), elabora el proceso errático e improbable en que las materias naturales convinieron para formar el cuerpo humano. El proceso de construcción se representa uniendo elementos vagamente figurativos que parecen referirse a los genitales del hombre y la mujer como mezclando elementos de diversa escala: el tamaño natural, y el microscópico. La riqueza de texturas visuales que trabaja el artista en la superficie pictórica nos da un indicio de la complejidad involucrada en la factura de nuestro cuerpo.
La iconografía genital es importante para formular el sentido. Flechas, gusanos, anillos, bocas o vaginae dentae, organizan lentamente el sentido de la composición para develarnos poco a poco el hecho de que nos encontramos en el momento previo a la dación de forma. El artista nos da suficiente información visual para que participemos de su adivinanza sobre el cuerpo humano. Nos consta el proceso de factura del homo. Del sapiens, nos advierte el artista con cierta ironía, no tenemos constancia alguna.
Habiendo estudiado bajo la tutela de notables artistas abstractos como Carmelo Fontánez, Lope Max Díaz y Luis Hernández Cruz, Colón Guzmán asedia la superficie pictórica como lugar de exploración de formas en contrapunteo con un intenso colorismo. Si bien atiende con interés la producción ilusionista de texturas pintadas, éstas se suman a la indagación de la forma, disolviendo así casi todo asomo de figuración icónica en el imponderable de lo amorfo.
Cecilio Colón Guzmán nació en 1959 en Barranquitas, Puerto Rico, y reside en Gurabo hace 25 años junto a su esposa Amarilys y sus hijos Duamed e Ismar. Cecilio no es pintor desde su infancia, aunque su madre, maestra, le daba proyectos para ayudarla con el material escolar. Los proyectos consistían en hacer ilustraciones en cartulina para presentar en sus clases. De joven Cecilio toma una clase de arte en su último año de escuela superior y pinta un mural de 12 x 17 pies en la pared principal de la escuela. El mural consiste en una escena de Don Quijote y Sancho Panza llegando a Barranquitas.
Cecilio comienza estudios graduados en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez, en el Departamento de Biología, pues quería ser Ecólogo. Durante su segundo año visita los salones de clase de arte del Colegio, atraído por el olor a óleo cuando pasaba cerca para regresar a su hospedaje. Allí conoce al pintor Carmelo Fontánez que ofrecía clases de arte y que le propone asistir a las mismas como estudiante oyente. Colón asiste y también se queda junto al maestro pintor, terminadas las clases, para observarlo pintar sus obras abstractas. Cecilio quedó prendado de la abstracción, ya que la misma le cambió la mente sobre las posibilidades y alcances del arte. Entendió que el arte abstracto va más allá de la realidad superficial e inmediata y que por medio de la abstracción podría expresar mejor su sentir y pensamientos. Comienza a leer sobre arte y se traslada a la Facultad de Humanidades del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Allí toma clases de pintura avanzada, por lo que Cecilio nunca ha tomado clases básicas de dibujo y pintura, y jamás ha estudiado la rueda de colores (y vemos por su obra que falta no le ha hecho). Más bien, maneja los colores de forma intuitiva. En 1981 obtiene un Bachillerato, Cum Laude, en Bellas Artes, con especialidad en Pintura.
Colón trabajó por veinte años en una compañía de informática, para ganarse la vida, pues no quería que el sustento de su familia dependiera de su arte. Cecilio quería hacer un arte libre de toda atadura. Y así lo ha hecho, trabajando, dibujando y pintando; participando en exposiciones colectivas e individuales que le han merecido premios y favorables reseñas de la crítica especializada. En 2003 Cecilio se retira de la empresa privada y se dedica por completo a su arte y a compartir con sus hijos, Duamed e Ismar, en el proyecto musical Así Somos (www.grupoasisomos.com).
Cecilio procura reflejar en su obra la época en que ha vivido. Si hacemos una retrospección de sus dibujos y pinturas podemos derivar conceptos de Puerto Rico y del mundo, propios del momento en que la obra fue creada. Colón nos comenta que la obra de arte nace de un proceso mental continuo, consciente o inconsciente. Su creación estriba entre lo vivido, lo admirado y lo que cree que puede aportarse como parte de la responsabilidad social. El color es imprescindible en su obra pictórica, que se nutre de la abstracción, la figuración y el expresionismo. Nos hace saber que trabaja una abstracción orgánica, con analogías de árboles, cascadas, plantas, células, organismos, ecosistemas, animales y seres humanos. Sus obras proponen siluetas, espacios y atmósferas que conectan con los temas. Las más recientes también integran rectángulos y cuadrados, sirviendo como detalle antagónico a manera de metáforas de la intervención humana en los ecosistemas.
Colón nos aclara que respeta la interpretación que cada espectador le da a sus trabajos. Cuando empieza una obra tiene una lucha agónica de conceptos, ante un espacio vacío próximo a evolucionar a un nuevo universo. Los primeros dos días son el momento de la creación original y son sagrados para la obra. Cecilio enciende la música y el aire acondicionado para aislarse de ruidos externos que lo desconcentran. En esos dos primeros días el artista puede amanecerse pintando. Sin embargo, la obra puede tomar semanas en ser completada. Cecilio prefiere la pintura acrílica, aunque también tiene obras en óleo y dibujos en lápiz grafito. Recientemente terminó la pintura titulada Diez cielos, obra con la que el artista siente que ha alcanzado una madurez artística, aunque está convencido de que cada día se aprende algo nuevo y de que hay que continuar sorprendiéndose y observando los detalles de la vida.
Cecilio Colón Guzmán: Pintor, Compositor –
Revista CARAS: La sabiduría de la vida
Especial de Colección
San Juan, PR
mayo de 2010
“El arte, para mí, es la gestión de libertad más grande del ser humano. Es el espacio en donde plasmo mi forma de ver el mundo”.
“La vida es un proceso al que uno llega sin querer; en ese te encuentras con el amor, las amistades y llegan los hijos. Cuando llegaron los hijos, para mi esposa y para mí fue una decisión crucial y decidimos que son lo más importante. Nos dedicamos en cuerpo y alma a ellos… Ahora nos damos cuenta de que fue lo mejor: somos millonarios en felicidad”.
“Hay que pensar en la libertad de los demás, y la libertad va de la mano con la justicia. Si no, siempre va a haber unos pilla’os y unos aprovecha’os. Para que haya libertad tienen que existir los medios, como la educación y los valores. La libertad no tiene que ver con la riqueza económica».
«Soy alérgico al ruido… No sólo el de las bocinas, también el de los políticos y el de los supuestos religiosos que se aprovechan del ruido para hacerse millonarios. También está el de las cosas de la farándula, no del arte. Es un ruido que embrutece a la gente, los mantiene bobitos, anestesiados. El que se acostumbra al ruido se hace insensible… Hay artistas que hacen mucho ruido, que se venden más bien que el cará’. Se atreven a decir que saben venderse bien… Es increíble que un artista diga eso».
«Siempre me han gustado los lugares tranquilos, en donde tenga contacto con la naturaleza; El Yunque, para mí, es lo más grande y accesible que tengo. De ahí hice una serie inspirada en el paisaje puertorriqueño».
«Nunca pienso en envejecer. Me siento orgulloso de mis canas porque bastante me ha tomado llegar hasta aquí. Aprovecho cada período de mi vida y hago cosas que van acorde con la edad».
Cecilio Colón Guzmán
2010
La nueva pintura de Cecilio Colón Guzmán
Luego de guiar durante una hora en el tapón mañanero desde Gurabo a Hato Rey, llega a la compañía de procesamiento de datos de la que ha sido empleado durante los últimos 20 años. Cuando salió esa madrugada de su casa, enclavada en la cima de un monte que él mismo reforestó, la neblina cubría el valle del pueblo, todavía poblado de luces. Lo imagino sereno, como siempre lo he conocido. Entra a la oficina, saluda atento y generoso a cada uno de sus compañeros de trabajo y se sienta a laborar en su jornada de ocho horas frente a la computadora, como Analista de Información. En su pequeño cubículo, uno entre treinta y ocho que ocupan el piso, todo es simple y austero. Pegada a la pared, una imagen a color impresa en una postal, brilla como una paradoja. Es una reproducción del paisaje La Hacienda Aurora del maestro Francisco Oller.
Les hablo del reconocido pintor puertorriqueño Cecilio Colón Guzmán y esa postal que lo acompaña como un amuleto protector en sus horas de trabajo de oficina, nos da la clave para analizar su nueva exposición de pintura en la Galería Botello titulada, Me vuelvo a mi monte.
En la escuela superior, el joven Cecilio pintaba de forma autodidacta paisajes y escenas costumbristas de contenido social. Sin embargo, desde sus años universitarios Cecilio se dedicó con pasión a cultivar la abstracción en su pintura. Formado por los maestros puertorriqueños Carmelo Fontánez, Lope Max Díaz, Luis Hernández Cruz, Susana Herrero y Luisa Géigel, fue Fontánez y su particular manera de abordar la pintura y el paisaje, quien marcó decisivamente la obra temprana de Cecilio Colón. Muy pronto Cecilio se individualiza como pintor y comienza a recibir premios y reconocimientos por su excelente trabajo. Como fiel seguidor de la tradición abstraccionista, su atención se enfoca en los elementos formales de la pintura, principalmente en el color, el cual maneja con originalidad y maestría. Por ello forma parte del relevo generacional de coloristas puertorriqueños que inaugura Don Félix Bonilla Norat con su cátedra de teoría del color y que continúa con la labor pedagógica de algunos de sus alumnos, entre ellos Fontánez. A esto se le añade su afición por el chorreado, el salpicado y el accidente controlado, que acerca su pintura al territorio del action painting y el expresionismo abstracto estadounidense.
Con el tiempo las abstracciones de Colón se fueron complicando. Sus composiciones se cargaron con los más diversos elementos formales, llegando a un barroquismo dinámico, por momentos caótico y marcado por un frenesí urbano. No obstante, la obra de este pintor se resiste a las etiquetas estilísticas. Su amor por la abstracción no le impidió usar ocasionalmente algún componente figurativo, especialmente en su última exhibición Del Uranio y Otras Sustancias, en la que insertó sus preocupaciones ambientalistas y sociales. Esa tendencia se consolida en su pintura actual, donde la figuración paisajista se manifiesta con la fuerza de la sencillez, pues el estudio del paisaje al natural lo lleva a simplificar sus composiciones. En esta muestra, Cecilio Colón se entrega con decisión a explorar las dramatizaciones propias del realismo. En lugar de seres humanos, sus personajes dramáticos son la ola, el mar, la montaña, las nubes, la luz, la aurora, el ocaso o el amenazante “chaff”. La intensidad teatral de estos paisajes es lograda por la sabia utilización de los altos contrastes y la elegante síntesis de las formas. En Ola Nocturna, una de las mejores piezas de la muestra, una ola blanca irrumpe en un oscuro mar en una noche cargada de misterio y de poesía. Su dibujo es realista y preciso, pero carente de la retórica representativa que lo acercaría a la estampa comercial. Lo mismo sucede en Amanece: un verdadero poema cromático. Aquí, los colores fríos y calientes del cielo, delicadamente sobrepuestos, contrastan con audacia con la silueta violeta, naranja y amarilla de la montaña. En las pinturas tituladas Chaff y Cuidado con las Nubes, reaparece la denuncia ecológica, esta vez representada por nubes de extraño aspecto que cruzan amenazantes por cielos bellamente pintados. Éstas, a su vez, le sirven de vehículo para introducir en el paisaje parte de su vocabulario abstracto. De hecho, hay mucha continuidad entre la pintura anterior y la nueva, sobre todo en la inteligencia de su color y en la simplificación e intercalación de las formas como en un rompecabezas. Aun dentro de su aventura figurativista, este pintor antillano continúa siendo esencialmente abstracto. De esta manera, participa de las últimas tendencias posmodernistas, que permiten al artista apropiarse de diferentes estilos y medios para emplearlos como mejor entienda en su obra artística.
Cecilio nos habla extensamente sobre su búsqueda plástica y conceptual, sobre sus aspiraciones y metas como artista y ser humano, y sobre su doble vida como empleado de computación y pintor. Nos confía su esperanza de que la figuración ponga a su obra y a sus ideas, en contacto con un público más amplio. Con esa intención en mente, sumada a la incorporación del realismo y de los temas sociales en su pintura, Cecilio Colón Guzmán se une a la larga tradición pictórica puertorriqueña de compromiso social, iniciada por Francisco Oller y continuada con honra por los maestros de la década del cincuenta.
Impreso en una postal, el paisaje de La Hacienda Aurora del maestro Oller, resplandece como un pequeño cirio en un cubículo de una oficina en Hato Rey. Junto a él, un hombre que mira un computador, imagina los paisajes, las formas y los colores de su tierra, sin siquiera percatarse de las interminables columnas de información que pasan parpadeando por la pantalla de cristal.
Rafael Trelles
Febrero, 2003
Abstracciones sobresalientes
martes, 25 de marzo de 2003
Por Manuel Álvarez Lezama
Especial –
La producción de la buena abstracción está muy viva en Puerto Rico. Lo que comenzara Julio Rosado del Valle, y luego convirtiera y desarrollara en discurso vanguardista Luis Hernández Cruz (el decano de nuestra abstracción), sigue tomando fuertes, provocadoras y atractivas rutas en nuestro país. Prueba clara de esto es que recientemente hemos tenido una serie de sobresalientes exposiciones donde artistas de distintas generaciones se han distinguido enormemente.
Mientras Hernández Cruz continúa con sus preciosos y místicos mares, mientras Rosado del Valle continúa con sus flores y animales, mientras Julio Suárez sigue experimentando dentro de un minimalismo exquisito, mientras Ramón Berríos continúa desarrollando su poderoso discurso tridimensional en piedra (que ahora incluye luz), mientras Bernardo Hogan nos sigue maravillando con sus dioses postmodernos, otro grupo de artistas nos sorprende con la calidad y la originalidad de su trabajo.
Recientes exposiciones, como la de «los paisajes» de Marta Lahens, en la Galería La Pintadera, (en la que la artista nos transporta a unas topografías donde la paz y el misterio nos invitan a protagonizar un viaje a la soledad y a la comunión verdadera); como los abstractos puros de Carlos Dávila Reinaldi, en la Galería Petrus (donde el artista nos recuerda que puede seguir siendo tan libre como siempre lo ha sido), o como los extraordinarios dibujos minimalistas que José Morales expusiera en el MAPR, nos enorgullecen como país donde la abstracción no tiene límites, reinventándose en cada momento.
Tres exposiciones recientes deben ser discutidas. Se trata de los hermosos «paisajes» de Cecilio Colón Guzmán (en Botello, bajo el titulo de Me vuelvo a mi monte). Se trata de los fascinantes «universos» de Mariestella Colón Astacio (Ficciones y periferias en el Museo de las Américas). Y se trata de los divertidos y profundos «espacios geométricos» de José Antonio Vargas (en la Galería Raíces, expuestos bajo el titulo de La poética del espacio).
Cecilio Colón Guzmán (Barranquitas, 1959) ha sido siempre un artista de gran talento y verdadero profesionalismo. El discurso estético que ha venido desarrollando por muchos años ya —composiciones abstractas en las que lo orgánico, carnavalesco y pop ha sido siempre respetado, pero no ha logrado ser aceptado abiertamente por muchos— (aunque a este crítico le encantan los misterios de sus antiguas composiciones). Con esta exposición y desde una madurez y honestidad reales, Colón Guzmán entra en una nueva etapa: más suave, atractiva, más bella. Sus nuevas composiciones pueden ser vistas como hermosos paisajes llenos de la magia y el lirismo que definen las bellezas de Puerto Rico. Sus mares, valles y montañas son sueños que nos recuerdan que afortunadamente nos quedan muchos de estos regalos visuales.
Por su parte, Mariestella Colón Astacio (Hato Rey, l960), que nos ha asombrado y seducido con la frescura y las profundidades de su sintaxis estética, ha vuelto a entusiasmarnos con su nueva y generosa (debió haber sido mejor editada) exposición (auspiciada por la Galería Pamil). La artista vuelve a invitarnos a sus planetas, topografías, poemas, definidos por un lirismo orgánico muy suyo. Sus composiciones, que se pueden ver como planetas o encajes postmodernos, nos obligan a reaccionar. En estas nuevas obras, más complejas, barrocas y profundas, Colón Astacio nos hace claro que su propuesta estética está madurando con gran efectividad, y que sus espacios son cada vez más mágicos.
José Antonio Vargas sigue enamorado del azul. Y ha tenido la honestidad y la valentía de continuar desarrollando un discurso a veces paródico, a veces brillantemente creativo, a veces demasiado retante. En su nueva muestra en la Galería Raíces vemos a un intelectual que dialoga con Leonardo, con Descartes. Para el artista el espacio, el color, las comuniones son metáforas de nuestro paso por este mundo que cambia brutalmente de día en día.
Galardones a la creación plástica
sábado, 17 de abril de 2004
Por Mario Alegre Barrios
CON UN TOTAL de 46 premios en 22 categorías, el Capítulo de Puerto Rico de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA) celebró anoche una edición más de la ceremonia en la que se premia lo que –
La velada —en homenaje a Eduardo Vera Cortés y en tributo a la memoria de Joaquín Mercado— tuvo como escenario el Teatro Raúl Juliá del Museo de Arte de Puerto Rico.
Carlos Marichal: Poeta de la línea –
En el renglón de «Exhibición Local de Medio», los miembros de la AICA premiaron a Adelino González por su colección Óxidos/textura/forma II, presentada en la galería La Pintadera y Grifos —de Harry Rangel, en la Galería de la Universidad del Sagrado Corazón— recibió el galardón como «Primera e Individual Profesional».
Asimismo, en la categoría de Arte Público, Susana Espinosa fue distinguida por La torre mural, en el Parque Luis Muñoz Rivera, mientras que Amanda Carmona Bosch cargó con el reconocimiento a la «Mejor Exposición Individual» por Rojo profundo, en el Museo de las Américas.
En «Medios Contemporáneos» Arturo Bourasseau fue el premiado por su muestra Obras recientes en la galería Biaggi & Faure Fine Art.
En «Diseño de Cartel» —y para no herir susceptibilidades por omisión— se premió a Luis Alonso, por su pieza para el Festival Casals; a Rafael Tufiño, por su obra para la exposición Rafael Tufiño: pintor del pueblo, en el Museo del Barrio; a Orlando Salgado, por el afiche para los 30 años del Museo Pablo Casals; a Antonio Martorell, por el cartel que realizó para la exposición de Carlos Marichal en el Museo de Historia, Antropología y Arte de la UPR; a Nelson Sambolín, por el cartel para la inauguración de la nueva sede del Museo de Arte Contemporáneo; y Luis Maisonet Ramos, por la exposición de Laura Gallego.
El galardón al «Mejor Catálogo» fue adjudicado Marine Creative y Lissy Marín por su trabajo relacionado con la colección permanente del Museo de Arte Contemporáneo.
En otro generoso gesto de la AICA, fueron varios también los premios en la categoría de «Exposición Galería Comercial«, a saber: De un pájaro las dos alas, en Gómez Fine Art; Félix Bonilla Norat, maestro del color y movimiento, en …de Museo Galería de Arte; Interiores, de Antonio Cortés, en la Galería A. Cueto; Visitando los maestros, de Rafael Colón Morales, en Pamil Fine Art; Entrevisiones, en Uri Art Gallery; Me vuelvo a mi monte, de Cecilio Colón, en la Galería Botello; Como la vida misma, de Marisel Tavárez, en la galería La Casa del Arte; y Simultáneos, de Nayda Collazo, en la Galería Raíces. En este renglón, se le dio una «Mención Especial», a Nick Quijano por Altar central.
Del uranio y otras sustancias
Pinturas de Cecilio Colón Guzmán
Galería Botello, Hato Rey, PR
17 de mayo al 16 de junio de 2001
Al mirar una obra de Cecilio Colón, lo primero que se nota es la calidad técnica expresada en la terminación de las superficies. Podemos, entonces, decir que en estas 20 obras de pequeño formato, Cecilio Colón logra también la unidad conceptual de una gran diversidad de elementos pictóricos, especialmente, la textura y el color, que dan paso a una temática ambiental, socio-
Cecilio Colón es un artista arriesgado en lo que se clasifica como «arte abstracto». Aquí podemos ver algo de Olga Albizu combinado con un Carlos Raquel Rivera abstractísimo, como antes, en pinturas de formato más grande, podemos apreciar una combinación de Pollock y Rafael Rivera García. No importa si estos diálogos o influencias sean inconscientes o por casualidad, lo que sí importa es que los entrecruces e intercepciones son inevitables. No obstante, lo que hace la diferencia es la digestión que hace el artista de estos elementos formales/temáticos desde un nuevo momento, una nueva urgencia, como aquel que pasa por el mundo haciendo el esfuerzo de la labor creativa y todo lo que ésta exige para que el mundo pase por el artista y su subjetividad, que es, en última instancia, lo real concreto en cada individuo colectivo.
Elizam Escobar
27 abril 2001
Sobre “Del uranio y otras sustancias”
¿De qué color es la furia? ¿Cómo se pinta el choque de lo mejor de nuestro ser con la irracionalidad y la contumacia ignorante que puede ser tan increíble barrera a la justicia? Las pinturas presentadas a nosotros por Cecilio Colón en esta muestra sabiamente titulada Del uranio y otras sustancias, encuentran una respuesta a éstas y otras preguntas que enfrentamos y que nos enfrentan ante la situación de Vieques. En las obras aquí presentadas «la abstracción se hace muy concreta» insertándose en la formalidad con sentido que nos han legado artistas nuestros como Carlos Collazo y los maestros Kandinsky y Malevich, ruso y ucraniano respectivamente. Nada que ver con la abstracción como discurso inocuo promovido por la CIA en los años de la «guerra fría».
Cada obra aquí presentada merece nuestra contemplación. Y digo contemplación porque es una disciplina tan poco practicada en la actualidad que requiere que reiteremos lo que debiera ser evidente. Sólo con la observación paciente y consciente del arte, nos beneficiaremos de la oportunidad que nos ofrecen los artistas para realmente ver y entender claramente imágenes que nos son comunes y que sólo perturban a aquel que las niega y se deja manejar por ellas.
Una de las herramientas de dominación que más están afectando nuestra capacidad de observar con consciencia, es el encuadre conveniente de la imagen televisiva. Sin embargo, hay imágenes queridas que desenmascaran las manipulaciones más sofisticadas. Con un formato parecido al de una pantalla de televisión, pinturas como «El Arresto», «Se lo llevan» o «De dos en dos» entre otras, percibimos todo lo contrario a las imágenes en movimiento que nos presenta ese objeto tan cotidiano. En ellas la emoción y el dolor se agitan. La mentira es desenmascarada y nos graban en la mente personajes extraños. Vemos fantasmas que levitan; águilas en picada; enmascarados y amenazados construyéndose desde un magma plástico que no intenta negar, por apocalíptico que sea el resultado, el placer de la creación. En «Rubito de Vieques», como si fuera un personaje de Shakespeare, el artista ve aparecer inesperadamente al padre muerto. Esta imagen explora la duda que todos debiéramos dejar aflorar en nuestra mente y que es representada en la obra «¿Y acá en el Yunque?». ¿Quién nos explica la epidemia de cáncer y diabetes, entre otras enfermedades que vivimos en la isla grande? El artista norteamericano Ellsworth Kelly intentó emular a Malevich en su camino plástico, logrando magníficas abstracciones, pero su cuadrado negro junto al del ucraniano parece una mala fotocopia. Para los artistas puertorriqueños como Cecilio Colón, la abstracción dista mucho de ser vacía y superficial. Como buen amante de la naturaleza, marino y buzo en la realidad, su práctica plástica refleja metafóricamente esa conversación con las profundidades del agua. Si observamos con cuidado veremos en obras como «Zonas prohibidas», tinglares y manatíes míticos, celajes de ánimas-
Todos los pintores somos herederos de una tradición milenaria. El Greco ponía junto a su firma «he revelado». La pintura por ilusionista que sea, algo que no es el caso de la abstracción de Cecilio Colón, no busca mentir como finalidad, sino todo lo contrario. Hasta la mentira es un buen instrumento si nos devela y revela una verdad mayor. La pintura de Cecilio Colón es fiel a la tradición profética y reveladora llena de honestidad de los artífices de la imagen. Todo lo contrario, repito, al arte de adormecer televisivamente con imágenes convincentemente escogidas y recortadas. Cada cual a lo suyo.
Tal vez se requiera un alquimista. Tal vez el uranio reducido sea un elemento indispensable para la transformación. Todo mago sabe que tras el velo del horror se oculta la belleza. Tal vez a Boriquén, esa ancestral morada del altivo señor, le toque el papel de piedra filosofal que transmute en paz la infamia. Ojalá que al leer estas líneas todo haya pasado a formar parte de un capítulo cerrado de nuestra historia, aunque no es eso lo que parece augurar la pieza titulada «Tiempo borrascoso».
Bieké: luz deslumbrante de amarillo radioactivo, fogonazo terrible que todo lo subyace; has despertado la historia y Cecilio Colón lo sabe.
Nora L. Rodríguez Vallés
San Juan, 28 de abril de 2001
Sueño real
Luz de la Montaña
domingo, 17 de diciembre de 2000
Elsie Marrero
De El Nuevo Día
«…Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…»
Antonio Machado
EL QUEHACER cultural puertorriqueño es tarea de Quijotes que cristalizan sus sueños en obras concretamente quijotescas. Como un estudiante de una escuela superior barranquiteña que plasmaba a un Quijote y a un Sancho en una de las paredes del lugar. Allí estaba creciendo aquel artista que también cantaba, tocaba la guitarra y siempre decía presente cuando se le pedía que compartiera su arte. Allí estaba y está el artista barranquiteño Cecilio Colón Guzmán.
Natural del barrio Palo Hincado de Barranquitas, Cecilio Colón, quien al presente reside en Gurabo, es uno de esos Quijotes con un escudo real de voluntad férrea por preservar la identidad cultural puertorriqueña, especialmente en el lar que le vio nacer. Su naturaleza ampliamente intuitiva le guió en el camino de encontrar un maestro que le enseñara a develar más concienzudamente al pintor que mora en él. Fue en el Recinto Universitario de Mayagüez, donde comenzó a estudiar Ecología, que en una de sus caminatas por el campus el mensajero viento le trajo el olor a óleo que le hizo descubrir que en aquel centro universitario tecnológico también había un espacio para motivar el sublime desarrollo del ser.
Allí se encontraron discípulo y maestro, allí se produjo la magia del encuentro entre Carmelo Fontánez y Cecilio Colón Guzmán. El primero le regaló al alumno el fruto de sus estudios y experiencias, el segundo le obsequió al maestro la maravilla del brillante que ansiaba pulirse. Por recomendaciones del maestro Fontánez, el estudiante de Ecología se trasladó al Recinto Universitario de Río Piedras, donde se dedicó formalmente al ejercicio de su arte, en términos de estudios especializados y práctica constante. Mas sin dejar a un lado sus inquietudes ecologistas; estas las integró a su creación, que busca siempre estar en contacto con su propia humanidad y asumir la responsabilidad de motivar la conservación del Planeta. En la UPR también estudió bajo la tutela de Lope Max Díaz, Susana Herrero, Luis Hernández Cruz y María Géigel. Acabado de graduar de la UPR y recién casado, el pintor con los pies en la tierra comenzó a trabajar en sistemas de información, donde esgrimió la máquina para poder cumplir con sus responsabilidades como padre y esposo.
Así ha podido satisfacer las necesidades materiales y espirituales de su esposa Amarilys y sus hijos Ismar y Duamed, fuerzas motrices del antes que nada hombre de familia que es Cecilio Colón. Con ellos también comparte sus realizaciones tanto en su ejercicio como pintor y músico, y sus hijos también tienen inquietudes ecológicas y habilidades musicales. Estos forman parte del grupo de música Así Somos, que nació en noviembre de 1999 a petición de una serenata que le hicieron a los hijos de Cecilio Colón, quien se ofreció acompañarlos y terminaron cantando música de la nueva trova y creando el grupo musical al cual se integraron Orlando Colón (hermano de Cecilio); Samuel Cartagena y su hijo Saviel. De modo que la agrupación une diferentes generaciones.
«Quizás no he tenido todo el tiempo para dedicarlo a pintar, como sugieren muchos, pero sí he podido disfrutar de crecer con mis hijos. Mi esposa y yo hemos podido estar con ellos en cada una de sus etapas. Ya habrá tiempo para poder dedicar más tiempo a la pintura y poder vivir del arte», manifiesta quien pinta por amor al arte. «Nunca sé lo que voy a pintar», expresa el barranquiteño quien tiene que soltar el pincel para irse a trabajar en otros menesteres, el que no desiste, el que también sale a pintar el día con su vida. Quien también ha presentado sus pinturas en las principales salas de exhibición del País, así como en varios lugares del extranjero.
Es precisamente esa determinación de este hijo de Barranquitas la que regalará uno de sus frutos a su amado pueblo con la presentación de Así Somos… Luces, Color y Canto, un proyecto que hacía tiempo Cecilio Colón quería realizar. Este consiste en la exhibición de varias de sus obras en una fusión de canciones interpretadas por Así Somos. El proyecto también está motivado por el deseo de este artista barranquiteño de hacer vibrar la sensibilidad de la Montaña, de hacer latir el corazón barranquiteño, para hacerle entrar en contacto con esa esencia cultural que le caracteriza.
A la presentación de Así Somos… Luces, Color y Canto, el próximo sábado 23 de diciembre, a las 7:15 de la noche, en el centro parroquial católico Padre Ramiro Martínez (Carr. 156, Km. 17.4, salida hacia Comerío, sector barranquiteño el Portón), le antecederá la Misa de los Niños, quienes a su vez darán la homilía, se informó.
El arte del encuentro
Según el barranquiteño padre Pedro Ortiz, de la parroquia Nuestra Señora de la Providencia de Caguas, quien también ha estado involucrado en la realización del proyecto Así Somos… Luces, Color y Canto: «El proyecto de Cecilio quiere adelantar el proceso cultural de la Montaña. Se pretende empezar por Barranquitas, que de alguna manera es la síntesis del trabajo cultural que queremos hacer para nuestros pueblos. Es invitar a una reflexión para asumir tareas concretas en bien de nuestra identidad nacional. Promover el encuentro de artistas barranquiteños de tal manera que a través de ese conversatorio profundicemos nuestro pensamiento crítico para propiciar la transformación social de nuestras comunidades.
A pesar de la agresión cultural, estamos en la búsqueda continua de esa identidad. Esta puede darse a través del arte, que provee de estructuras de participación real por encima de ideologías y credo. Queremos que Barranquitas sea punto de enlace y abrazo solidario de la Montaña, donde hay tanta producción artística. El arte provee de esa sensibilidad social particular que tienen los artistas de por sí, y que es una forma de enlace en el desarrollo integral del ser humano. «Queremos propiciar el arte del encuentro».
Elsie Marrero
2000
Con motivo de la exposición SOMOS
El color y la abstracción
Cecilio Colón es un artista de fuerte personalidad propia,
que enmarca sus mordaces comentarios en pinturas
que son verdaderas experiencias visuales.
Por: Enrique García Gutiérrez
Un tríptico que lleva por nombre Hipnotizada ofrece una clave para entender y apreciar lo que se nos ofrece en las ocho obras de la presente exhibición de Cecilio Colón Guzmán, Somos, en la Galería Botello de Hato Rey. El panel de la izquierda es representativo de su obra abstracta, que durante largos años ha proyectado una atrevida dinámica de brillante colorismo saturado, aplicado en trazos y esquemas formales que sugieren una inminente eclosión, o inicio de vida, un “big bang” que anticipa el orden y las jerarquías que siguen al caos originario. Separado por un estrecho panel de madera en el que se encuentran incrustadas diez monedas de diez centavos americanos, cuidadosamente colocadas para que se lea, horizontalmente, la palabra Liberty, sigue otro diseño abstracto, pero en este caso depurado de los matices primarios y secundarios del anterior, limitándose a tonalidades neutrales, areniscas y verde-
Un corto texto, unos cuatro párrafos escritos por el artista, que lleva el título de la muestra, Somos, está incluido como hoja suelta en el opúsculo que funge como catálogo (con presentación de Manuel Álvarez Lezama). En lo que claramente tiene la intención de ser exégesis y enigma declarado, en forma simultánea, de las ocho obras presentadas (todos sus títulos entretejidos en el texto), Colón Guzmán comienza en actitud reflexiva preguntándose la finalidad de su arte y saber, y termina afirmando en forma exclamatoria: “¡Es que lo nuestro no muere… somos la excepción del siglo!”
Al comentar sobre la obra descrita se expresa de la siguiente manera: “Consciente está (el individuo) de que su pueblo es invadido –no desde hace cien años, sino desde hace más de quinientos–. Ve cómo entregan la libertad y la vida las mentes hipnotizadas, al que les tira monedas –menudas– hurtando un siglo”. Si algunos de los que visitaron ya la muestra han pensado en el maestro Carlos Raquel Rivera y en su grabado Huracán del Norte, y en la figura de la muerte que sobrevuela los arrabales desparramando monedas que se salen del bolso en su mano derecha, habrán podido apreciar el largo linaje del pensamiento de Colón Guzmán que se encierra en esta novísima interpretación del problema del coloniaje puertorriqueño. La grotesca caricaturización de una mujer, que mira pero no ve, fija sus ojos en una lluvia de signos-
La obra de Cecilio Colón es la de un artista de fuerte personalidad propia; la conozco a partir de sus primeras pinturas y dibujos en sus años de estudiante en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (se gradúa en 1981). Desde entonces se distinguió por un meticuloso proceso de factura y diseño, en el que con frecuencia destacaba la destreza de su mano en exquisitas grabaciones de tonos de lápiz, que engendraban planos estructurales que proyectaban un escenario metafísico. Su entrega al color y a la abstracción, por largos años, le han llevado a desarrollar un estilo que organiza complejos esquemas estructurales en la superficie del lienzo, pero sin sacrificar los efectos espaciales, que, más que tridimensionales, son de carácter sideral. Quieren llevarme, obra en la que una figura en la parte superior del lienzo agarra la cabeza del artista, que lleva la estrella de la bandera puertorriqueña incrustada en su frente, presenta tanto una brillante síntesis de los espacios metafísicos como de su logrado manierismo. Aunque de manera muy distinta, en cuanto al estilo se refiere, esta pintura comparte conceptual e iconográficamente el animus de la obra de su contemporáneo Arnaldo Roche Rabell. Este último llevó al lienzo varias imágenes análogas, entre ellas ¡Me llevan!, en la que otra persona había agarrado la cabeza de Roche y huía a toda prisa con ella.
El recurso de la imagen caricaturesca y en específico del retrato y del autorretrato (su esposa e hijos, ¡quienes no le pueden meter pleito!, son los modelos que le acompañan en los lienzos), ponen de relieve no sólo el vuelco sobre la figuración, vis a vis la abstracción, sino, también, la aproximación enfática a un lenguaje mucho más comunicativo. Pues si bien es cierto que en lienzos de exhibiciones anteriores podía aparecer alguna figuración (i.e. El Chupadiezmos), ésta tenía un rol accidental o claramente secundario. Todas las obras de esta muestra tienen como parte integral o principal el uso del retrato y del autorretrato y todas hacen un comentario de afirmación personal o nacional que las identifica como íntimas en lo familiar y su particular preocupación ante el problema de la identidad. No creo necesario recordar que estamos en el 1998.
Tres de sus autorretratos dan una idea de la gama expresiva que conlleva este giro iconográfico, a la vez que ilustran cambios significativos en su forma de pintar. Todos son identificados como medio mixto, referencia a las estacas y clavos que enmarcan la pintura y que se integran como ensamblaje significativo, pues son clara alusión a un proceso de victimación de los representados. ¿En qué estamos pensando?, y Pensaba en aquel bosque, hacen una referencia más generalizada al artista que en Sigo pelú y barbú, en la que la representación gana terreno sobre la caracterización generalizada (todas son de 1996).
El pensamiento de la primera tiene que referirse tanto al rol de conciencia socio-
Pero la referencia a su triunfo al conservar su barba y pelo largo, en contra de fuertes presiones que se ejercieron para que los eliminara, como condición de trabajo en la empresa privada, se convierte en un grito de batalla, y de eventual victoria, contra el conformismo y la invasión personal pretendida por la mediocridad institucionalizada de la clase media dominante. Al incluir una rasuradota eléctrica inservible como motivo encontrado, que cuelga cual ahorcado al margen de la pintura, Colón ha añadido un toque de humor negro a la obra. En Sigo pelú y barbú el tono desafiante se robustece al ser el más mimético de los autorretratos, haciendo la autorreferencia inequívoca, pero también pictóricamente seductora por los fuertes contrastes de figuración fantástica y real que se yuxtaponen en las dos mitades de su cara, y el brillante cromatismo de rojos y anaranjados que complementa con sabios toques de verdes tonalidades liláceas. De Sangre nueva-
El motivo principal que enlaza tan diversas imágenes es la resistencia a la asimilación o a la dominación por el extranjero, y no falta el comentario de la lengua. En un singular paisaje abstracto que incluye una Ñ y un pequeño autorretrato, Sin Ñ no hay puño, Cecilio Colón se une a las voces que claman por la preservación de lo propio en el ámbito personal y nacional, sobre todo, por nuestra lengua y nuestras costumbres. Sin caer en panfletismo o comentario de afiliación política o partidista, su arte refleja su sentida y elocuente preocupación de ¿En qué estamos pensando? Creo que en su caso, la presente muestra indica que va por muy buen camino.
Enrique García Gutiérrez
Revista Domingo, El Nuevo Día
9 de agosto de 1998
Con motivo de la exposición SOMOS
Cecilio Colón Guzmán: La mirada y los horizontes
Para Cecilio Colón el arte es vocación y deber. Durante su carrera como creador este audaz colorista siempre ha tratado de acercarse a las armonías que existen entre la poesía y la ciencia, y penetrar los constantes juegos entre la verdad, los espejos y el tiempo.
En el período anterior a esta provocadora exposición que hoy nos presenta en la Galería Botello, Cecilio Colón desarrolló unas sugestivas composiciones donde el color, la forma y un movimiento interno muy singular, lograban que pudiéramos aproximarnos tanto al origen de la vida misma como a los más complejos juegos eróticos. Aquellos sorprendentes cuadros –
Hoy estamos frente a un Cecilio Colón más maduro y convencido desde el punto de vista estético y plástico, y frente a un Cecilio Colón más resuelto y determinado desde el punto de vista socio-
En este grupo de obras –
¡Bienvenido Cecilio Colón al coro de voces que definen los ´98 y lo que somos!
Manuel Álvarez Lezama
San Juan, Puerto Rico
1998
Con motivo de la exposición EL ENCUENTRO DEL COLOR Y LA METÁFORA
Cecilio Colón Guzmán: Los espacios íntegros
Cecilio Colón Guzmán es un artista que utiliza la pintura para que entremos en unos espacios donde el color, los símbolos y las figuras se unen para comunicarnos un mensaje crítico sobre el mundo actual.
Este artista es un hombre generoso con la naturaleza y con la sociedad, y su asombro ante nuestro egoísmo feroz y la violencia incontrolable hacia nuestro planeta, nuestra isla y nuestro prójimo se refleja en la temática de su obra actual.
Es interesante que Voltaire no haya escrito ensayos. Su filosofía nos llega a través de otros géneros literarios. En el caso de Cecilio Colón Guzmán sus preocupaciones están expresadas en sus lienzos. Su obra refleja la reacción de un poeta ante lo que nos ocurre después de la Revolución Industrial, y en la presente Revolución de las Comunicaciones, en un mundo que vive al mismo tiempo en el próximo siglo y en la barbarie.
Lyotard habla de un saber narrativo –una verdad que nos llega a través del cuento y sus metáforas– que es tan válido como el saber científico. Cecilio Colón Guzmán es un visionario que quiere (y tiene) que contarnos sus preocupaciones. Uno de los discursos a su disposición, quizás el más agudo, es la pintura –una pintura poderosa y original donde el color, los símbolos, las formas y la posibilidad de la metáfora convierten al público en coautores de unos cuentos necesarios-
La obra de Cecilio Colón Guzmán siempre se ha caracterizado por ser visualmente compleja y por el peso de su mensaje. En esta exposición, no obstante, vemos una obra más intelectual y más madura. Si antes los protagonistas de sus pinturas eran los colores brillantes y una composición atrevida, ahora el pintor introduce la forma humana para guiarnos en lo que podríamos describir como dramáticos viajes a este presente tan desconcertante.
La pintura actual de Cecilio Colón Guzmán demuestra por un lado una propuesta estética de vanguardia –la integración de diferentes planos visuales, la combinación dramática de colores, el uso indiscriminado de símbolos y formas de todos los tiempos, el hombre como silueta y como ameba, un ritmo orgánico donde el mar y la lava bailan desenfrenadamente, un erotismo dulcemente primitivo, una inocencia todavía sin contaminar– y por otro, el propósito de comunicarnos algunos de los principales problemas que el hombre confronta a finales del segundo milenio de la era cristiana.
En los cuadros que componen esta exposición el color, los signos y las formas parecen apuntar a un mundo irreal y desconocido cuando en verdad nos están señalando un presente complejo y caprichoso donde la injusticia y el dolor muchas veces triunfan sobre la belleza y el bien.
Cecilio Colón Guzmán logra capturar en estos cuadros la venenosa orgía perpetua en que se está viviendo: el constante ultraje a la naturaleza y la destrucción de nuestro ecobalance, la tragedia del SIDA –
Esto no quiere decir que la obra de este artista recoja solamente lo trágico. Todo lo contrario. Las pinturas de Cecilio Colón Guzmán también son actos celebratorios donde la naturaleza y el hombre son expuestos dentro de toda su maravilla y con todo su esplendor.
En los provocadores escenarios de Cecilio Colón Guzmán –
En esta exposición, Cecilio Colón Guzmán, con toda la integridad que lo caracteriza como hombre y como artista, no sólo nos pide que descifremos sus escenarios sino que nos reta a que comencemos a entender lo que está ocurriendo en la tierra para que juntos comencemos a detener parte de la locura.
Manuel Álvarez Lezama
San Juan, Puerto Rico
1994
Con motivo de la primera exposición de Cecilio en Galería Botello de Plaza Las Américas
Cecilio Colón Guzmán – Nuevas Pinturas
Desde sus años de estudiante, primero en el Recinto mayagüezano y luego en Río Piedras, de donde se gradúa con honores en el 1981, con una concentración en pintura, Cecilio Colón Guzmán ha recibido reconocimientos y premios por sus dibujos y pinturas. Entre ellos, tres son del Certamen Mobil, y tres son del Ateneo Puertorriqueño, con dos primeros premios incluidos, uno por cada institución. Durante los últimos doce años ha exhibido todos los años, colectiva o individualmente, en galerías, centros culturales, el Instituto de Cultura Puertorriqueña y hasta en Nueva York, en la antigua Galería Cayman, ahora transformada en el Museum of Contemporary Hispanic Art. Por lo tanto, su nombre y su arte le son conocidos a todos los que se toman un interés más allá de lo pasajero en el mundo de las artes.
Pero esta muestra de catorce obras en la Galería Botello de Plaza Las Américas, le ofrece la oportunidad de darse a conocer ante un público más joven y variado del que anteriormente le conocía, y a nosotros, la de ponernos al día en lo que ha estado haciendo durante los últimos dos años. Para ambos presenta un reto de mirar con detenimiento y no ser engañados por los saturados y brillantes colores que se ofrecen con singular vehemencia de primera intención.
Cecilio siempre se ha identificado con lo que se conoce bajo la designación de arte abstracto que hoy, más que nunca, dice cada vez menos y menos de lo que se está viendo. Es necesario recordar la trayectoria seguida por este joven artista para mejor entender lo que afirma como compromiso, siempre presente, de una búsqueda de integridad y perseverancia encaminada a articular una plástica disciplinada, no caótica o accidentada, expresiva de profundas preocupaciones de la condición humana y su medioambiente. La ausencia de la figuración, en su acepción más amplia y vulgarizada, de un arte mimético –sea éste realista, surrealista, simbólico o cualquiera de las infinitas variaciones pasadas o resurgidas en las últimas dos décadas-
Hace diez años los “Cúmulos”, dibujos o acrílicos de fuerte estructuración del plano pictórico en áreas, unas veces geometrizantes y otras de fuerte organización orgánica, advertían de un rigor en el diseño que establecía jerarquías entre los colores y los tonos empleados. En una medida muy real se convertían en paisajes líricos o expresivos, de fuga o aglutinación de los colores, o los trazos del lápiz sobre la superficie del lienzo o el papel. La dialéctica entre los trazos gestuales y los rectángulos o cubos cerebrales, que se apropiaban un rol intelectualizante, afirmaba un drama entre los sentimientos y el pensamiento.
Para mediados de la década, la presencia humana, anticipada por unos frágiles cordones que flotaban sobre las pinturas, se materializa espectralmente para tomar posesión de los paisajes deshabitados que le habían precedido. Tal obra le ganó el primer premio de dibujo del Ateneo Puertorriqueño en el 1985, y una mención honorífica en pintura en ese mismo certamen. Conjuntamente a este desarrollo se marca el interés por unos matices más saturados que juegan con la oscilación de espacios, de áreas positivas y negativas, que rompen la tiranía del plano, y obligan al espectador a conjugar el diseño planimétrico con un ilusionismo abstracto colorista y tonal.
En la presente exhibición, Paisaje 90, Los miopes ambientalistas, y En la vida todo es ir, parecen culminar en una orgía de color y movimiento la trayectoria iniciada hace más de una década. Mucho más libres en su organización, estos lienzos interpretan la mancha controlada, con sus chorreados y vertientes, y sus estridentes colores, con la misma pasión y alarde que se dio en los ‘fauves’ y los expresionistas de principio de siglo. El Chupadiezmos, Simón-
Entre las montañas, las selvas, los rascacielos y los espacios de fantasía y color de este artista oriundo de Barranquitas, se oye un grito de alerta para detener el deterioro humano y ecológico que amenaza con destruir nuestra civilización. Contrapuestos El Pan Nuestro de Cada Día y Huellas de Esperanza, la violencia y la resolución humana de detenerla, nos indican los polos artísticos y personales de Cecilio Colón Guzmán, que tan elocuentemente articulados quedan en esta exhibición.
Enrique García Gutiérrez
Septiembre 1990